lunes, 15 de agosto de 2011

Rompecabezas





Esta película argentina, resulta una variación para el tema de esa bella película titulada Los puentes de Madison. Aquí, ella –también habitante de la provincia– se encuentra con él –también habitante de la ciudad–, cuando pareciera que ya no quedara mucho por descubrir o por hacer consigo mismos. El motivo es algo que rompe las expectativas: los rompecabezas. Mis recuerdos con rompecabezas: los mapas de Colombia y del mundo que armaba cuando niña y que me fascinaban porque eran el descubrimiento de los lugares posibles, de los viajes imaginados; de adulta, los que armo con mi sobrino: de piezas grandes y llenas de colores. Ahora sé que hay almacenes especializados en ellos, que los hay desde las 100 a las miles y miles de piezas, y que en los concursos es imposible ver el dibujo de la tapa; se debe armar sin saber, en principio, la figura que se forma.


La primera escena es reveladora, es íntima, cotidiana y, de nuevo, reveladora: una mujer lleva innumerables platos con comida de la cocina a la sala y al comedor, atiende a infinitos grupos de personas, no recibe ayuda (la rechaza; ella todo lo puede) y todo lo hace perfecto; su sonrisa es circunspecta, apenas perceptible, y su rostro es más bien el de alguien habituado a no expresar –más de lo necesario– lo que siente y lo que piensa. La tranquilidad y la paciencia parecen provenir de una seguridad en sí misma que no necesita exagerarse ni defenderse. Y de pronto, ella saca una torta de la nevera, enciende una vela con forma de número: es ella la que está cumpliendo cincuenta años.


Como casi todas las mamás de mi generación, ella es una perfecta ama de casa, quien, gracias a un regalo (un rompecabezas) descubre algo más de sí misma. Tiene un esposo bueno (trabajador, responsable, buen padre, cariñoso y que aún la desea y se lo demuestra) y unos hijos que están a punto de dejar el “nido vacío”. Ella se tiene a sí misma y a la conciencia con la que ha tomado sus decisiones, con la que “arma” su vida.


No es la historia de la ama de casa no tomada en cuenta o maltratada por su esposo o sus hijos, no es la historia de la mujer casada, de la madre aburrida con su vida, perdida en imaginar cómo hubiera sido en otras circunstancias, no es la historia de la mujer casada abrumada por la culpa de haber cometido un “desliz”. No, y esto es lo que la hace interesante (con excepción de algunas tomas que pudieron haber sido mucho mejores); el espectador podría sentirse como la hija de la protagonista de Los puentes de Madison: un poco incómodo por la idea de imaginar a su mamá en otra situación diferente a la casa, la cocina, la ropa, los mandados, los hijos, la cama en las noches en donde el papá ronca, un poco sorprendido por descubrir un ser, lo que puede ser y hacer alguien fuera de la mirada de los testigos amantes de la coherencia y de los roles inquebrantables.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Hace unos pocos años conocí el cine argentino, y en él encontré el equilibrio, o quizás, más que equilibrio, una mezcla casi perfecta entre lo cotidiano y lo intempestivo, entre lo "real" y lo mágico. Profesora Paula, seguramente conocerás a Eliseo Subiela, un gran guionista y director argentino, conocido por "El lado oscuro del corazón", sin embargo, tiene otras películas preciosas, como la segunda parte de "El lado oscuro del corazón" y la que más me ha gustado de él: "Hombre mirando al sudeste". Profesora Paula, sé que está por demás recomendartelas, porque quizás ya las conozcas, pero de todas formas quería hacerlo.

Javier Martínez Duarte.