jueves, 11 de octubre de 2012

Histeria:





Antes de verla, no sabía que el vibrador tenía una historia…

En la Inglaterra victoriana, más de la mitad de la población femenina de Londres estaba diagnosticada con histeria; eso dice mucho acerca de la condición de la mujer en esa sociedad y, en esa época (finales del siglo XIX), en todas las sociedades. Las mujeres debían ir a consultar un doctor para que atendiera sus “ataques”; lo que hacía el doctor era realizar lo que ellas no podían hacer sobre sus propios cuerpos: un “masaje vaginal”, una masturbación, pero controlada, vigilada. El placer estaba prohibido –aún hoy, en muchos casos–, así que el tratamiento de la histeria no podía estar asociado con la búsqueda de placer, con la búsqueda de satisfacción, sino con el tratamiento de una enfermedad.

Lo interesante de esta película es cómo logra crear un paralelo entre la insatisfacción sexual y la insatisfacción social, cómo logra hacer entender que la histeria sólo era una manifestación del descontento de las mujeres frente a su situación, frente a sus pocas alternativas de actuación pública y de decidir sobre sus cuerpos, sobre sus vidas. Charlotte es la mediadora entre el descontento individual y social de la mujer y de una sociedad entera; todas quisiéramos ser, en algún momento, una Charlotte, todas –y todos– quisiéramos ser heroínas de nuestras propias vidas. Ella lo logra.

La invención del “masajeador eléctrico” combina varios elementos: un médico lúcido que tiene claro el hecho de no convertir la medicina en un negocio lucrativo, sino en un método que, en serio, se ponga al servicio del paciente; el estado de una sociedad próxima al siglo XX que ya empieza a ver como anticuadas las prácticas decimonónicas; un aristócrata visionario que, mejor que nadie, sabe convertir su ocio en negocio.

Es también interesante ver, al final de la película, en imágenes, la evolución del “vibrador", ver cómo el tamaño se vuelve algo importante a partir de la década de 1970; me gustaron más lo de antes, cuando el aparato no intentaba copiar la forma del miembro masculino, sino sólo servir como estimulante femenino. Cuando entro a una Sex Shop y veo el tamaño de los vibradores y cómo el dependiente, entusiasta, me muestra unos aún más grandes, no puedo más que sonreír y pensar que no es eso lo que busco, que, tal vez, no es eso lo que buscamos. Freud se preguntaba ¿qué quiere la mujer? Y si pensamos en el contexto de la pregunta, la respuesta no puede ser más que una cura contra la insatisfacción social y sexual constante.

Lo otro que es interesante en la película es el tono de comedia  ambientada en las postrimerías del siglo XIX (¿por qué cuando hablamos de sexo es más fácil hacerlo desde el humor?); ver a las y los elegantes ingleses en (in)decorosas escenas de tono sexual hace reír al público en la sala. Por poco, por segunda semana, nos quedamos sin conseguir boletas para ver esta película. El sexo sigue siendo un tabú en nuestra sociedad, una tensión siempre latente en las relaciones entre los seres humanos que atrae los pensamientos de todos en algún momento de nuestro día. ¿Quién se ríe más alto en la sala?, ¿quién no se atreve a reír?

Este mismo tono de comedia y, además, “romántica”, hace que la música de la película sea desafortunada, pues ella cuenta sólo una historia “romántica” rosa. Por momentos, también, la película se deja seducir por estereotipos de personajes y situaciones, también por chistes fáciles. Pese a esto, vale la pena seguir indagando en lo aún no contado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A Santa Marta no llegan estas peliculas... :(

Abrazos,

Ana María.