Concebida
en un principio como una obra de teatro, su autora participa en la adaptación
para el guión de esta película sobre uno de los temas más comunes que ha dado
pie para cientos de películas, series de televisión, novelas y cuentos: la
familia y los secretos que están en su base.
Vamos
hacia el sur de Estados Unidos, en pleno verano; vamos a instalarnos en una
casa en donde las cortinas permanecen cerradas para no diferenciar el día de la
noche, para hacer la vida aún más larga de lo que ya parece ser para este
matrimonio: ella toma pastillas; él bebe todo el alcohol que puede.
Alguien
se va sin decir a dónde y su prolongada ausencia hace que toda la familia se
reúna, de nuevo. Las tres hijas que ya han dejado la casa paterna, vuelven con
sus parejas (pasadas, futuras, presentes) y lo que hay es una larga cadena de
crueldad matrilineal, una serie de verdades que se enuncian desde el rencor y
la desdicha prolongadas. Decir una verdad no necesariamente ayuda a encontrar
soluciones, no –al menos– cuando se enuncia con el ánimo de herir. Aquí hay seis
mujeres heridas por su respectivas madres, quienes no pueden recibir amor. La
tragedia de esta película, realmente, consiste en esto: en tener el corazón
cerrado para recibir el amor de otro ser humano… Podemos ser “inteligentes”,
pero no abiertos de mente; podemos apasionarnos por ciertas cosas, pero tener
dura el alma.
Las
cortinas se abren y entra el orden que, tras las puertas, ayuda a instalar una
mujer Cheyenne; entran el aire, la luz, de lo que se muestra y se dice cuando
no hay público, cuando se renuncia a ser víctima y a aceptar la responsabilidad
de cada acto. Entonces, ya no se trata de quién es más fuerte, de quien puede
defender por más tiempo su orgullo; entonces, las madres deben reconstruir su
maternidad, porque, con los años, este lazo pierde casi toda su función innata,
“natural”; entonces, las mujeres deben callar, porque, en este caso, son los
hombres los que saben hablar desde el alma, desde la consideración y la
comprensión…
Es
una lástima que esta película esté teniendo tan poco espacio en la cartelera
bogotana (y supongo que, más aún, nacional), que sólo a quienes les guste ir a
cine a medio día puedan toparse con ella, y que, en cambio, se le dé tanta
publicidad a una película como Ninfomanía
que, a estas alturas de la filmografía de vonTrier, deja muy pocas ganas de
esperar la segunda parte. Hoy sí entré con mi perro caliente y mis crispetas…
1 comentario:
Tengo muchas ganas de vérmela...En Cali solo se está proyectando en una sola sala, en un solo horario: 1:20, horario para jubilados....Gracias por tú reseña...Armando.
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