“Esto
es una bomba de tiempo, nena. Lo mismo que nos une hoy nos desintegra” (G.C.).
Uno
de los slogans de la película es: “Ya
no más poner la otra mejilla”. Eso me atraía muchísimo, porque nunca me ha gustado
eso de poner la otra mejilla, de ser ingenuos o sinvergüenzas, como dice
alguien. Otro alguien me decía que había salido con una felicidad irracional después
de ver la película de D. Szifrón y pensé que a mí me pasaría lo mismo y que
podríamos compartir esa felicidad, pero no.
El
argumento se encarga de contar cortas historias unidas por una misma
motivación: el descontrol emocional. Desde pequeños nos han enseñado que
debemos controlar nuestras emociones, que no debemos darle rienda suelta al
llanto, al amor, a la pasión, al dolor, a la risa o a la ira, pero los
personajes de todas estas microhistorias echan por la borda esta convención y
estallan.
Todos
hemos pasado por sus situaciones: todos hemos sido vapuleados, traicionados,
criticados, usados, manipulados, humillados, insultados, calumniados,
injuriados, en algún momento de nuestras vidas, y el tono de comedia negra
viene de allí –y el gran éxito de público que ha tenido la película, tal vez
provenga también de allí; y de la buena narración, actuación y producción,
claro–, pero mientras la mayor parte del público se reía de las situaciones, de
las reacciones y del desencadenamiento de lo inevitable, yo me agarraba a mi
asiento, como si estuviera en una película de terror.
Estamos
cansados. Cada vez cuesta más sobreponerse a los “afanes” de cada día: a los
que vemos por allí y nos persiguen con su ánimo de destruir cualquier atisbo de
belleza que vean a su alrededor, a los que se dedican a adueñarse de todo el
dinero que pueden, a los que siempre están compitiendo, a los que son tan negligentes
y cínicos como se los permiten las instituciones para las que trabajan. La
frustración acumulada es una bomba de tiempo… “Una chispa de más y así es como
el incendio empieza”… ¿Somos niños que no hemos aprendido el autocontrol?,
¿somos enfermos mentales en potencia?, ¿somos adultos que debemos aprender a no
guardar las apariencias, a no “aguantar”?
Ahora
entiendo la risa incontrolada de mi amigo, la felicidad inenarrable: hay una
liberación, una catarsis, en cada golpe, en cada grito, en cada rastro de
sangre, en cada estallido. Pero también hay una risa nerviosa: la racionalidad
derrotada, la humanidad “salvaje”... Y yo también me alegré con la sangre
corriendo por las largas piernas en minifalda, por la risa del funcionario
interrumpida por el estallido… Admiro las acciones milimétricamente calculadas
para desatar la ira…
“Estaba
en llamas cuando me acosté”…
¿”Sacate
el diablo de tu corazón”?...
No hay comentarios:
Publicar un comentario