“Todos tienen que conocer
estas imágenes para que sepan lo terrible que es la especie humana”. S.S.
No
sabía quién era Sebastiao Salgado hasta hoy; desconocía el trabajo de este
fotógrafo brasilero hasta hoy y se ha quedado en mi memoria, gracias al documental
sobre él realizado por Wim Wenders.
De
profesión economista, Salgado descubre su vocación por la fotografía, gracias a
una cámara que compra su esposa; con ese artefacto viaja a África y luego a
Latinoamérica y descubre que lo que desea es retratar a la gente, poner de
manifiesto lo profundo de su cultura y también toda la injusticia social: los
alimentos que no llegan a los que más tienen hambre, la riqueza en manos de tan
pocos, las guerras que generan migraciones, genocidios, pobreza y que sólo
benefician económicamente a unos cuantos. Salgado ve, retrata, detalla,
acompaña, siente, el exterminio del hombre por otros hombres, la explotación
del hombre por otros hombres, la extenuación de la tierra por la mano del
hombre. Entonces,
Salgado cae enfermo del alma; una infección lo carcome por dentro: la
desesperanza. Ya no quiere ver más, ya no desea mostrar más.
¿Qué
hace un fotógrafo cuando ya no siente más deseos de mirar, de obturar, de
capturar, de revelar?, ¿qué hace un ser humano cuando todo lo que ve a su
alrededor es infertilidad? Sembrar y, en este caso, no un jardín sino una
selva, volver a nutrir la tierra erosionada hasta que de ella vuelva a brotar
vida. ¿Y después de eso? Tornar su mirada hacia los orígenes, “escribir con la
luz” una “carta de amor para el planeta”, por la posibilidad de que esa mitad
que hemos destruido pueda volver a nutrirse y a regalarnos, de nuevo, la vida.
¿Cómo
contar la vida de un fotógrafo? Fácil: a través de sus fotografías, a través de
cada aprendizaje con ellas. Me emociono y desfallezco ante cada imagen, ante
cada palabra. ¿Quién más podrá dejar un próspero trabajo para dedicar su vida a
una vocación?, ¿quién con sus manos ayudará a reforestar una selva entera? Hay
esperanza para un planeta en el que aún siguen existiendo seres que se atreven a
seguir una vocación o, por lo menos, una intuición; seres que se dedican a “repoblar”
el planeta con árboles.
Hay
una película que ya no veré, después de haber visto este documental: Interstellar; no puedo confiar en una
película cuyo slogan es: “El fin de
la tierra no será el fin de la raza humana” (tal vez soy muy exagerada)…
Recuerdo versos de un poema muy conocido de Kavafis (un poema que viene a mí
cada vez que me dan ganas de quejarme de “mi” ciudad o de “mi” país): “No
hallarás otra tierra ni otro mar […] / La vida que aquí perdiste / la has destruido
en toda la tierra”, en todo el universo. No confío en la soberbia de ese slogan, no confío en una “raza” que
piensa en “conquistar” otros planetas, pero no sabe cómo reconstruir lo que ha
destruido. Esa misma destrucción la llevará donde quiera que vaya(mos), si
antes no se detiene (nos detenemos, me detengo) a sembrar, a ver crecer…
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