Es
extraño. Hasta hace algunas horas, pensaba escribir una reseña muy distinta a
esta. Pensaba hablar de lo mucho que me había gustado la película, pero ahora
no estoy segura. ¿Por qué? Hay cierta similitud con la historia de Comer, rezar, amar, pero ese no es un
problema. El guión está basado en un best
seller, al igual que Comer, rezar…,
pero ese no es un problema. La historia vuelve sobre la construcción de la
subjetividad femenina, al igual que la otra película, pero eso tampoco es un
problema. Al contrario; esta tendencia mayoritaria de películas y best sellers con historias de mujeres en
busca de “sí mismas” no puede ser más que la expresión de una pesquisa cada vez
más extensiva en un mundo que ha intentado de tantas maneras encerrar esa
subjetividad dentro de variadas restricciones.
El
sendero como metáfora, el camino como metáfora: si logramos dominar el
recorrido, responder a sus retos, podremos manejar nuestra vida; es el camino
el que ofrece los aprendizajes, el que nos habrá llevado, a su manera, a un
destino, y cada quien tiene un estilo para recorrerlo y cada quien vence sus
miedos como mejor puede. ¿Qué es lo que no me cuadra en todo este discurso?
Cheryl está casada, ama a su esposo y se ha acostado con muchos hombres y ha
metido en su cuerpo heroína. Cheryl ha perdido a su marido y empieza el sendero
para encontrar otra forma de vida. Cheryl ha perdido a su madre, apenas cuando
esta sentía que, por fin, estaba empezando a construir una vida que era suya
(sin marido, sin hijos); Cheryl tenía una vida propia que construía paralela a
su matrimonio, pero no era suficiente para sentirse bien.
Me
gusta la idea de no arrepentirse de nada, de no buscar “redimirse”; me gusta la
idea de acostarse con un hombre y no intentar enamorarse de él al día siguiente,
pero también me gusta la idea de no huir de esa posibilidad. El amor (“esa
palabra”) como una posible ideología para coartar un disfrute “escandaloso” si
es apenas efímero; lo efímero como una posible ideología para seguir propagando
el sinsentido del que se huye caminando entre montañas y desiertos por tres
meses… ¿No habrá un punto intermedio, un posible equilibrio? Me dejo de acostar
con todos los hombres que me gustan y me consagro a un marido; renuncio a un
marido para poder disfrutar del cuerpo y de las variadas formas de amar. ¿El premio,
si me empiezo a “portar bien”, es que lleguen el marido y los hijos?, ¿el
castigo, si no lo hago, es la soledad, la amargura y la búsqueda infinita de
otra madre, de otro padre? Supongo que las soluciones son singulares en cada
caso, así como la opción de detenerse a disfrutar de los paisajes o de no
entretenerse en el camino.
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