Si Media noche en París fue la
delicia de quienes se creen –nos creemos– intelectuales con bastante cultura
literaria, Hombre irracional hace lo propio con la cultura filosófica; los
nombres de Kant, Kierkegaard, Arendt, Beauvoir, Sartre, Husserl y Heidegger se
pasean por los labios de un profesor de filosofía y su alumna más avezada. Sin
embargo, la “delicia” será solo aparente, porque durante toda la película,
Woody Allen (su guión) mostrará que la filosofía es lo más parecido a una “masturbación
mental” (mucha de la crítica literaria también lo es, claro) y que un libro
como Crimen y Castigo –ya un
referente recurrente en Allen– produce más reflexiones e ideas en el personaje
principal que leer sobre el imperativo categórico de Kant. También es aparente
porque así como en Media noche en París con las referencias literarias, aquí
las filosóficas aluden a las ideas más propagadas-conocidas sobre las teorías
de esos filósofos, así que las “grandes” frases o conceptos que aparecen
diseminados en la película, funcionan más para que el espectador se sienta “inteligente”
(el supuesto tipo de espectador promedio de las películas de Woody Allen) cuando
entiende de qué se está hablando y menos para darle un sentido más profundo a
la película.
En general, el dilema es
sencillo: se trata de llevar hasta sus últimas consecuencias la contraposición
entre la teoría y la práctica, entre lo abstracto y lo real de la existencia
humana; la cuestión de quien estudia la vida a partir de reflexiones librescas
y quien atraviesa la línea en donde esas ideas se llevan a la práctica. El
filósofo quiere contribuir en algo a mejorar el mundo, a cambiarlo, pero se
siente impotente porque cree que sus artículos, sus libros, sus clases, sus
conferencias, son insuficientes para cumplir su objetivo. Entonces, aparece la
idea de la libertad para cumplir su voluntad y, por supuesto, la moral; Allen
elige la idea de un asesinato como motivo privilegiado en el que confluyen más
claramente estas cuestiones. ¿Dónde queda la racionalidad cuando cumplir
nuestra voluntad (a la que se ha llegado racionalmente) implica ir en contra de
la razón de la otra persona?, ¿dónde está la libertad cuando solo uno de los
dos implicados puede elegir?
Pero si fuera solo
una película “filosófica” no sería Allen y no iríamos a verla (no yo, por lo
menos), así que, por supuesto, está también el tema amoroso. Dos modelos de
mujer y dos tipos de amor: una joven e inteligente estudiante (atractiva; hay
que enfatizar en esto) enamorada de su brillante y arrebatador (y apuesto; hay
que enfatizar en esto) profesor, y a quien su novio (de su misma edad, apuesto
y estudiante como ella) empieza a parecerle menos “inspirador”, ante la
personalidad del profesor. Por otro lado, una profesora infelizmente casada que
no se atreve a dejar a su marido y a cumplir su sueño de vivir en el exterior,
a no ser que encuentre un hombre que se quiera “escapar” con ella. El profesor
de filosofía parece reunir las imágenes de hombre que ambas mujeres buscan: un
ser que parece concretar sus ansias de nuevas experiencias, de aventura, de “romanticismo”.
Dos generaciones de mujeres que han aprendido a enamorarse de maneras
similares, pero que han aprendido a resolver sus historias de amor de maneras
distintas: es triste ver a la profesora (que está en sus cuarenta)
conscientemente buscando “aventuras”, pero inconsciente e ingenuamente tratando
de encontrar un hombre que resuelva las situaciones que no se atreve a cambiar por
sí misma; es admirable ver a una estudiante (en su veintena recién estrenada)
que sabe qué quiere, cómo lo quiere y en qué momento lo quiere, y que, más
sorprendentemente, sabe cuándo no lo quiere más. Claro, la juventud ayuda,
claro, es otra generación, claro, ayuda también ser atractiva, pero se nota que
Allen siente empatía por este personaje: ella está por encima de las
abstracciones, ella va por la vida defendiendo su racionalidad y respetando (sacando
ventaja primero de sus habilidades, como cualquiera lo haría, claro) la
libertad del otro.
1 comentario:
Me dieron ganas de verla.
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