martes, 29 de diciembre de 2015

Crimson Peak:



Guillermo del Toro ha hecho que me vuelvan los deseos de ver películas de “terror”, muy seguramente porque es un terror cuyas causas tienen un sentido que alcanzamos a comprender y no como en aquel con el que crecí en los 80 y principios de los 90: un terror porque sí.

No puedo aún quitarme de la cabeza la imagen del protagonista: Thomas Sharpe, una mezcla entre hombre seductor y víctima de un amor que a los ojos de casi todo el mundo, en casi todos los tiempos, siempre será una aberración.

Todavía temo a los fantasmas, a los ruidos, a la oscuridad. En Crimson Peak, los fantasmas son mujeres que advierten de peligros: una madre tratando de proteger a su hija, una esposa tratando de evitar una nueva muerte.
El peligro tiene forma de hombre que seduce aun a mujeres cuya prioridad nunca ha estado en ser esposas. Quizá esto es lo que más me llama la atención y me asusta de Crimson Peak: cómo un considerable número (me indica alguien con toda la autoridad del caso) de mujeres-intelectuales somos seducidas –nos dejamos seducir, anhelamos ser seducidas– por ese tipo de hombres-peligro. C. me dice que sucede así porque al no habernos ocupado mucho en las estrategias del coqueteo, del enamoramiento y de la búsqueda de marido, podemos caer más fácilmente en decisiones equivocadas. Puede ser, pero quizá haya algo más: ¿Qué busca una mujer-intelectual en un hombre seductor –y qué busca el “seductor” en una mujer-intelectual– (cuando la respuesta no es tan fácil como dinero o ascenso social)? Edith es escritora y escribe historias con fantasmas; desprecia las fiestas y prefiere quedarse en casa leyendo y escribiendo, pero es incapaz de advertir los peligros y confía en sus sentimientos por el desconocido interesante, extranjero y soñador.

¿Cuánto hace falta para darnos cuenta de que estamos en una situación dañina, desequilibrada? ¿Cuánto hace falta para poder tomar la decisión de marcharse, de dejar atrás?

No desconozco que hay otros aspectos en la película: el hecho de que la protagonista sea estadounidense y él inglés –al mejor estilo de Henry James–, la circunstancia de que el otro pretendiente sea estadounidense y médico. Tampoco desconozco los clichés (narrativos y visuales) de esta historia “gótica”, ubicada en la primera década del siglo XX, pero la belleza de la composición me hace olvidarlos y me pierdo en el vestuario, en los peinados, en esas casas con muchos salones y puertas, en las cartas escritas a mano.

¿Entre el chico “bueno” y el encantador, brillante, seductor, a quién escogeremos? Recuerdo Tesis, el thriller de Amenábar y me río de mí misma. A todas nos advierten, todas lo intuimos, pero la mayoría terminamos buscando validar nuestra feminidad y nuestro propio intelecto siguiendo la temeraria volatilidad de los sentimientos.


Quizá lo único importante sea cómo salimos de ese enamoramiento y qué tan honestas logramos ser con nosotras mismas.  

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