domingo, 23 de agosto de 2009

Los ciegos:

Esta obra de Maurice Maeterlinck (Bélgica), escrita en 1890, fue montada por el Teatro Matacandelas de Medellín primero en 1992 y luego en el 2001. En la celebración de los treinta años del Matacandelas, en el marco de Bogotá Simbolista, la obra se presentó este fin de semana. Ver la obra de Maeterlinck porque Pessoa la leyó antes de escribir Oh marinheiro, verla porque a Pessoa no le gustaba… La influencia de Los ciegos en Oh marinheiro es evidente, pero no es lo importante; las imitaciones nunca son imitaciones, sólo reinterpretaciones y así sucede aquí.

Hace tiempo soñaba con escribir obras de teatro, hace algún tiempo las escribía, las escribí; me imaginaba y diseñaba obras en las que el tiempo parecía detenido, me imaginaba montajes que semejaran pinturas en escena. No sabía que lo que me estaba imaginando tenía un nombre: teatro estático.

Esta puesta en escena es la de Oh marinheiro y la de Los ciegos. El espectador llega a la sala y todo queda oscuro; el escenario jamás se ilumina del todo; hay presencias, más que actores. Estamos en una visión simbolista de la realidad, de la existencia. Hay trece presencias en escena y sólo una de ellas ve lo que sucede: un bebé y, a veces, su madre, que está loca y que llora, gime, grita, se estremece, se queda en silencio, quieta; los demás escuchan los rugidos del mar (el espectador también, desde que ocupa su asiento en la sala del teatro), las aves predadoras que vuelan entre el cielo y sus cabezas, algo que puede ser producto de su miedo o del olfato agudo de un perro; otros no escuchan nada: duermen o son sordos y pronuncian palabras como sonetos del apocalipsis… Todo está lejos o demasiado cerca: un asilo, el mar, el faro, el río, un muerto…

En medio de la nada, en el tiempo de la nada, sólo hay incertidumbre. Nadie se mueve y quien lo hace encuentra flores que anuncian el final de todo lo conocido… En el siglo XIX se traen, se invocan los estados del hombre que el día rechaza; la noche y todo lo que tememos, lo que no comprendemos, lo que imaginamos, adquiere existencia. ¿Cómo nombrar ahora esas presencias? ¿Cómo dejar de ver la transparencia del mundo?

Las puestas en escena de estas dos obras pueden tener elementos comunes, pero están lejos la una de la otra: el marinero sueña una patria, pero ¿quién cree en el sueño del marinero? Los ciegos están atrapados, no sueñan, no se mueven y están en medio de presencias que no se ven, se perderán en medio de presencias que no se ven, pero que están allí como amenazas para la vida que ya han perdido…

Los actores no salen a recibir los aplausos; el espectador no sabe cuándo debe aplaudir (¿en qué momento se termina la función?), no sabe si quiere aplaudir, no sabe cuándo debe abandonar la sala…

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