lunes, 3 de agosto de 2009

Oh marinheiro:

Más de siete años esperando ver de nuevo esta obra del Teatro Matacandelas de Medellín. Es extraño cómo la mente guarda los recuerdos… No recordaba muchas cosas: ni la cama, ni el candelabro, ni los muñecos a pequeña escala representando la obra que está sucediendo sobre el escenario… Tampoco el olor a flores marchitas, a coronas, a muerte; tampoco los sonidos, los ruidos que aturden el cerebro y el alma…

Esta obra se estrenó en Medellín, en 1990. En medio de los ruidos, las explosiones, las muertes, las motos, las armas, en un teatro de esa ciudad, un grupo de actores, de dramaturgos, intentaban darle sentido a ese mundo que cada vez más lo perdía. Según lo que nos contaron ese día, muy pocos lo entendieron; en los primeros años en los que se presentó la obra, la sala jamás estuvo ni siquiera a medio llenar… Las personas no se conformaban con ver la realidad explotando en sus narices, a sus pies; las personas querían seguir reproduciendo esa realidad sobre el escenario… Aún hoy parece difícil creer que si una obra de arte no referencia explícitamente los hechos de la realidad más inmediata, también puede ser una obra con valor…

Oh marinheiro habla de un marinero que inventa una patria, una infancia, unos amigos, una vida. ¿Por qué alguien inventa recuerdos y no se conforma con los propios? ¿Por qué alguien quiere olvidar su patria e inventar una nueva? Quizá muchos de nosotros nos hemos sentido así alguna vez, en este país, en esta ciudad, en este mundo… Oh marinheiro no deja espacio para la catarsis, no purifica, no reconcilia, no deja ningún resquicio de esperanza… Muchos se preguntarán: ¿para qué ver una obra así? El arte debería siempre reconciliarnos con la vida, pero Fernando Pessoa (el autor de esta obra) expresa todo lo contrario: el sentido que se desconstruye en cada palabra, en cada silencio, el desasosiego, el agobio, la infinita soledad y la tristeza de existir…
Tres almas hablan en medio del oscurísimo escenario; el tiempo se ha detenido y sólo se mueven las voces en el espacio… Los espectadores quieren salir y algunos lo hacen; otros nos quedamos hasta el final y es un alivio salir a la calle, ver a las personas que pasan, vidas que se mueven a nuestro alrededor. ¿Para qué ver una obra así? Hay ciertas obras que también dejan a quien las vive en medio de la desazón, el espanto, el asco. Algunas lo hacen con truculencia, con maniqueísmo, con efectismo; otras son más sutiles y hablan a lo más profundo de nosotros mismos: allí donde todos nos entendemos, donde todos somos iguales, y desde allí nos preguntamos, en medio de la nada de la que cualquier cosa puede surgir, ¿cómo seguir creando sentido?

2 comentarios:

Gabriel Umaña dijo...

Seguir creando sólo tiene sentido cuando no tienes más opción. Como ya lo dijo un escritor colombiano, cuyo nombre prefiero omitir, "escribo porque no sé hacer más". Parece una obra muy interesante. Muy buena recomendación y sobre todo un muy buen cúmulo de imágenes las que logras crear en esta entrada.
Saludos.

Ricardo Astrauskas dijo...

No me gusta el teatro, pero como hablas de la obra, dan ganas de ir a verla.