De
los campos de algodón en el sur de los Estados Unidos a la Casa Blanca, en
Washington, Cecil aprende a moverse por el mundo que han creado los blancos,
gracias a sus dos caras. Lo que debe parecer: un sirviente a quien le agrada
trabajar para los blancos y se siente agradecido con ellos; lo que es: un negro
a quien le gusta hacer bien su trabajo y estar con su familia y, sobre todo,
con su esposa.
La
vida de Cecil ilustra las palabras de Martin Luther King cuando le explica a
Louis (hijo de Cecil) que los sirvientes negros, a su modo, también
contribuyeron a hacer una revolución social, pues ayudaron a construir una
imagen positiva de los negros ante los blancos: la del buen trabajador. Louis
piensa, en cambio, que su padre sólo es un sirviente de los blancos y que eso
no hace más que continuar menoscabando la dignidad de los negros. Lo único
cierto es que hay varias formas de hacer revoluciones: la resistencia pacífica
que enseñó M. L. King, inspirado en Gandhi, los movimientos sociales que se convierten
en alternativas políticas, las iniciativas individuales de hacer bien las
cosas, de hacer lo que se debe. Padre e hijo se insertan en esta búsqueda de
alternativas de acción para cambiar las cosas, el orden de la sociedad. Pero
aquí terminan las cualidades de la película y empiezan sus dificultades
argumentativas…
La
señora “chirriadísima” que está a mi lado le dice a sus dos amigas –apenas se
termina la película–: “Menos mal que vinimos a ver esta; es un documento
histórico”. Y así es. De las primeras décadas del siglo XX hasta el “histórico”
2008 de Barack Obama, El mayordomo es una recreación de las luchas sociales y de
los movimientos culturales (el jazz, el blues, el rock’ roll, el disco, el funk
como música de fondo) llevados a cabo por la comunidad negra de Estados Unidos
para defender sus derechos civiles como ciudadanos estadounidenses. El director
alterna las escenas de la película con fragmentos extraídos de noticieros de la
época y eso le da más credibilidad y fuerza a las imágenes.
La
buena (¿?) noticia es que hace algunas décadas la señora “chirriadísima” que va
a ver “cine arte” para “culturizarse” y para tener de qué hablar con sus amigas
a la hora del té –y me pregunto yo misma para qué voy– no hubiera dicho eso… Miro
a mi alrededor y no hay ninguna persona negra en la sala; miro fuera de la sala
de cine y tampoco. Sin embargo, podemos sentirnos bien con nuestra conciencia
porque alguien hace una película como esta que, además, a los únicos presidentes
blancos que condena son a Nixon y a Reagan, pero esto no tiene nada de
peligroso, porque la misma historia ya lo ha hecho. Kennedy sigue siendo un
héroe y un mártir y duele más su muerte que la de Martin Luther King (la de
Malcolm X ni siquiera se menciona) o la del hijo que muere en la Guerra de
Vietnam. Los blancos que se oponen a la igualdad entre ellos y los negros son
representados como monstruos, locos, enfermos, y el único negro que “avergüenza”
la “raza” es un apostador y bebedor que termina asesinado por su propia esposa.
Más
que todo esto, más que la parcialización de la historia (que siempre existirá),
El mayordomo presenta a tres personajes: padre, madre e hijo. Los tres hacen
sus revoluciones individuales, los tres toman conciencia de sus vidas, de su
pasado y de lo que quieren que sea su futuro y actúan coherentemente para
hacerlo realidad. El cambio debe ser una responsabilidad individual, primero, y
debe ser en el presente, porque desde allí se conoce cómo será el futuro.
En
este punto hay que recordar a Django unchained, la película de Tarantino y su
estilo políticamente incorrecto de dejar a los blancos estadounidenses fuera de
foco, al igual que a algunos negros con pensamiento de blancos. Y, claro, hay
que recordar Precious… La belleza en medio de lo atroz, la alegría en medio de
lo más doloroso. Si Precious muestra muchas de las desigualdades que perviven
en la actual sociedad estadounidense, contra la comunidad negra, El mayordomo
debía ser –como, de hecho, lo es– una mitología del triunfo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario