jueves, 3 de julio de 2014

Caño Cristales, La Macarena, Meta II




Lo que veo son cientos de familias que se han organizado para proporcionar hoteles, cocineros, conductores de lanchas y de carros, y guías a los turistas que, por esta época acudimos en masa para tratar de apropiarnos de algo que años atrás parecía más un mito. Al final, me digo que el Caño es de ellos y yo sólo puedo obedecer todas las recomendaciones-órdenes que nos dan para mantenerlo tal como lo encontramos; yo soy la turista y ellos los que permanecen, los que han visto morir y nacer a muchos en un solo día. Me gusta su dignidad, me gusta lo que algunos llamaríamos su reciedumbre, me gusta su manera de tratar al turista como visitante, pero no como cliente; me gusta su cordialidad distante, indiferente; me gusta la manera de ver sus tareas como un deber asumido con responsabilidad y profesionalismo, y no como un servicio.

Sobre el Río Guayabero asoman las pirañas del Ejército Nacional y, entre la vegetación, a veces reconocemos el camuflado de un uniforme de soldado. Ellos caminan por el pueblo y nos miran a los ojos; trato de imaginar lo que sus ojos han visto y, más aún, lo que quisieran ver.

En la mesa, hablamos de películas animadas, de extraterrestres, de lugares conocidos y por conocer. Me gusta esta manera de estar; me gusta la forma en la que nos relacionamos con otros turistas con quienes debemos volar, caminar y comer por 4 días; me gusta cómo nos encontramos en las cosas más sencillas, más cotidianas, cómo nos despedimos en silencio de quienes quizá no volveremos a ver nunca y de quienes quedará un ojo, una pierna, una mano, una espalda, un trasero, un perfil, en alguna que otra fotografía, y el recuerdo del grito ahogado cuando la avioneta atravesaba una nube demasiado gris, mientras yo dormitaba al ritmo del motor.


No hay comentarios: