sábado, 13 de diciembre de 2008

Divertimentos de un hombre (in)fiel:

Al principio fue eso, la sensación de estar leyendo un Abad Faciolince que simplemente había tenido que cumplir con su contrato con Seix Barral y había enviado a la editorial lo primero que tenía a la mano: sus impertérritas reflexiones sobre la infidelidad y sobre nuestra doble moral frente a la verdad. Pero no, definitivamente no es así, o no es tan así.

En El amanecer de un marido, Abad Faciolince nos presenta un libro de cuentos, algunos ya habían aparecido publicados en algunas páginas de Internet (“Álbum”, “La guaca”), otros en novelas suyas (“Balada del viejo pendejo”, en Basura). Abad tiene una virtud que conozco en algunos paisas: decir verdades en forma de sátiras, con humor, creativa, escueta y a veces tan cruelmente que duele, no a la manera de Vallejo, pero sí como él mismo decía alguna vez, aunque no de sí mismo: un “odiador amable”. En El amanecer de un marido, Abad desnuda las relaciones amorosas, los celos, las infidelidades, la intimidad, los cuerpos, el amor, el sexo, con cierto consentimiento hacia las mujeres, con cierta displicencia hacia los hombres... En las primeras páginas van apareciendo memoriales de agravios, cartas de despedida, correos electrónicos que desvelan lo que nuestros sentimientos no quieren ver... La escritura como un puente que aparece cuando no se sostienen las palabras ni las miradas...

Luego va apareciendo lo otro, lo que va descubriendo nuestra hipocresía, nuestros deseos de pequeños monstruos, a veces tan necesarios para poder vivir en un país como el nuestro, para poder sacar la cabeza y seguir caminando... Recomiendo especialmente dos: “Novena” y “La señorita Antioquia”. A pesar de todo lo que se ha escrito y se sigue escribiendo sobre nuestra violencia, nuestras guerras, y a pesar de que ya se ha escrito una excelente novela sobre este tema (Los ejércitos), la narración de Abad hacía falta... Desde hace dos años me preguntaba qué seguiría para Abad después de darle forma literaria a la muerte de su padre en manos de los paramilitares, después de asumir su cargo en El Espectador. No esperaba cuentos sino una novela, pero la inocencia (y el trabajo sobre los tiempos narrativos) del narrador de “Novena” hace más dolorosa la verdad de su ficción, y la cotidianidad de “La señorita Antioquia”, hace odiar aún más a esas figuras de los narcotraficantes, con sus cadenas, sus anillos, su música, su ruido, sus armas, sus guardaespaldas, sus fincas arribistas, su hambre de tener en poco tiempo lo que jamás han tenido, su torpe hambre de demostrar a cualquiera su omnipotencia...

Divertimento y no tanto, para eso está “Mientras tanto”, como cierre del libro, como grito para no olvidar y vivir, sin embargo, “en medio de esta tierra que da lo que le siembren, flores o espinas, odio o amor, malezas o manzanas, y hasta lo que uno no siembra: vientos y tempestades”...

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