jueves, 22 de enero de 2009

Siete almas

Cierta incomodidad, cierta incertidumbre; el ritmo es como la gráfica que describe los movimientos del corazón: un pico, una meseta, pero también puntos inmóviles, una ciénaga. No se sabe qué le ha sucedido al personaje; imágenes que retornan en los sueños, sensaciones que acompañan a Ben a cada segundo... Hay dolores tan grandes que pensar en la muerte resulta el único alivio, hay penas tan grandes que salvar una vida es ganarle un poco al ansia de muerte...

Le creo a Will Smith (él también es uno de los productores de esta película); siento su dolor, su angustia, su desesperación. Aún tengo en mi cabeza las arrugas de su frente, la tensión de sus labios, la tristeza de sus ojos. Cuando pienso en su personaje no hay una palabra que lo describa mejor que atribulado. Cuando pienso en este personaje pienso en el tiempo que uno no se toma en conocer a alguien o en conocerse a sí mismo, en acompañarse a sí mismo; si lo hiciera, me daría cuenta de que hay humanidad (aunque sea redundante) en cada uno de nosotros, y de que “lealtad” o traición a veces son términos intercambiables. Tal vez por eso nunca he participado en un Chat, tal vez por eso casi no uso el Messenger, tal vez por eso mi computador no tiene cámara... Las huellas de humanidad son frágiles; “personalizar” a veces –muchas– no es suficiente... Sobre todo hoy que nos causa sorpresa que alguien sea bondadoso con nosotros... “Mereces lo que sueñas” se nos ha ido olvidando en el camino del miedo...

Siete almas es una película muy bella y muy, muy triste... No estamos en presencia de un hombre bondadoso que decide entregar su vida a los demás; estamos acompañando a un ser desesperado (la desesperación del que ya no puede amar nada), imposibilitado para vivir y que busca algo en su vida que lo saque un poco, sólo un poco, del pozo en el que se encuentra. Hay quienes pueden “superar” un dolor, una pérdida, y están quienes pierden su identidad y su lugar en el mundo. Salir de sí mismo es encontrar un acuerdo con la realidad, pero también se puede escapar de sí mismo diluyéndose, insertándose en los otros, olvidándose de quien se era y quien se quiere ser, olvidándose de su propio valor, negándose a sí mismo para vivir en otros seres valiosos.

En la enfermedad habla el cuerpo, en la enfermedad aprendemos a cuidarnos a nosotros mismos, a prestarnos atención, a vivir en un delgado hilo y, sin embargo, ver su fuerza, su perseverancia... “No me he tratado bien los últimos años”... “Pues empieza ya”... “Quiero tiempo para conocerme más a mí misma”... Hay una anciana y un hombre que le inflige castigos degradantes; hay un niño que juega con un muñeco sobre la mesa servida; hay una mujer que cree que su vida es mediocre y él la ama, y ella lo ama y ama la imprenta, ama sus “bestias”, engranajes de tornillos, piñones y poleas; hay un hombre que no sabe cómo invitar a salir a una mujer; hay una mujer agradecida; hay un hombre que ama a su hermano; hay un hombre que ha hecho una promesa que no quisiera cumplir; hay un hombre que entrena con amor a sus jugadores; hay una mujer que ha sido golpeada por un hombre ausente; hay una medusa que baila en el agua y es la criatura más mortífera de la tierra...

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