domingo, 22 de noviembre de 2009

Cartografías literarias : Ciudad de México (II)





Sí, fui a Teotihuacán, sí, fui a Xochimilco, sí, fui a la Unam, sí, fui al museo de Antropología, sí, fui al castillo de Chapultepec (el lugar de los chapulines), sí, fui a la cada de Frida Kahlo; pasé por el Zócalo, por el palacio de Bellas Artes, por la Casa de Cortés y por Tlatelolco. No me hizo falta ir a Garibaldi ni a la basílica de Guadalupe ni al convento de Sor Juana. ¿Cómo hablar de lugares que siempre son de postal?, ¿cómo negarse a ir en el Turibus? Escuché las palabras, las conversaciones, vi las familias, los gringos y los europeos, los gestos, los desperdicios del lugar, observé a mis compañeros de viaje comprar recuerdos (yo misma compré uno), me fui atrás, busqué algo de silencio y lo encontré, me detuve un poco y observé, respiré; dejé la pirámide del Sol (que tenía algo de Monserrate los domingos, cuando se subía a pie), dejé sus ángulos retocados por un presidente ansioso de perfección a mediados del siglo pasado, no toqué la piedra que hay en la cúspide, no me recargué de energía, no como decían que había que hacerlo… Caminé por el Valle de los Muertos y pensé en la ciudad consumida por el fuego; subí a la pirámide de la Luna y quise quedarme allí por más tiempo (el sol cada mañana sobre el valle de México, sobre Ciudad de México)…

Ciudad de México expone todo el tiempo su memoria, recuerda todo el tiempo a Tenochtitlán, a la Nueva España, es todo el tiempo ciudad, es todo el tiempo varios tiempos, de la muerte y de nuevos ritos… Recuerdo en Xochimilco los mariachis borrachos a las once de la mañana (yo les pedí “Ojalá que te vaya bonito” o “El aventurero”, pero cantaron siempre “México lindo y querido”…), las aguas antiguas, oscuras, sin fondo y sin un axolotl a la vista… Recuerdo recorrer la Unam en bus (en Puma), recuerdo que algunos de mis referentes allí no funcionaban; buscábamos una plaza del Che y nos encontramos con muchas plazas, con una Ciudad Universitaria inmensa, con las mismas caras de los universitarios, una exposición sobre vampiros y un ciclo de cine colombiano… Recuerdo el calendario azteca en el museo de Antropología, recuerdo haberme sentado para observarlo, para aislarlo de la decenas de otras piezas que hay a su alrededor, recuerdo que un vigilante me recordó que se veía mal que me sentara en un museo… El museo de Antropología recoge la lógica de la ciudad: están las salas de los aztecas, de Teotihuacán, de los Toltecas, de los indígenas de las costas, de los mayas, pero también está la sala de la ciudad actual, de sus sonidos, de sus imágenes, de sus personajes, de sus miserias, de sus sueños…
Fui al castillo de Chapultepec buscando la imagen de Carlota y de Maximiliano, encontré el mundo europeo que quisieron revivir en lejanas tierras; me conmovió encontrar la imagen de una mujer con ansias de construir “civilización” y contrastarla con la imagen final de su locura… Recuerdo la casa de Frida y mis propios recuerdos, recuerdo los cientos de detalles con los que se hizo una intimidad propia, una biografía propia, una riqueza singularísima, recuerdo el nacionalismo como empresa por excelencia de una gran parte de la cultura mexicana, pero también lo que de ello se ancla a lo más profundo de su cultura: la ciudad, la casa, recordaba el Día de los Muertos, las catrinas, las flores, las calaveras, el pan dulce, la comida, las flores. Si con algunas de las grandes pinturas del arte universal me ha pasado que al verlas en la realidad, parecen menos significativas de lo que son, con los grandes monumentos, las construcciones históricas en Ciudad de México me sucede lo contrario: la foto de postal no servía; en la realidad se muestran como gigantes. Tlatelolco me mostró (una imagen que sólo duró cuatro minutos) los inmensos contrastes de la memoria mexicana, de la memoria latinoamericana; esta imagen es la que más perdura en mi propia memoria, la que me permite entender, reconocer el lugar de esta civilización antigua y la juventud de la nuestra…

Recuerdo recorrer la ciudad en metro (y quedarme atrapada por las personas que querían entrar de cualquier forma e inmediatamente; recuerdo abrirme paso entre la montonera como me ha enseñado el Transmilenio), en tren ligero, en pecera, en camión, en taxi y en carro, recuerdo ver cientos de carros aparcados en las calles, dormir en las calles, recuerdo verlos uno detrás de otro, sin espacio entre ellos, recuerdo ver las llaves de los carros en la entrada de un restaurante, en el parqueadero de un edificio, para que cualquiera pudiera moverlos en caso de que impidiera la salida del propio. En esta inmensa y poblada ciudad, el espacio vehicular se aprovecha al máximo y medidas como pintar más separadores en las avenidas se toma con fe y con alivio; la avenida tiene tres carriles, pero si pintan un cuarto, entonces se cree que existe y se usa como tal.

2 comentarios:

gonzzo dijo...

Yo también habría pedido "El aventurero"... me encantan tus entradas...

Anónimo dijo...

Me hubiese fascinado el caminar junto a tí por el Valle de los Muertos, haber ascendido la gran piramide de la Luna y haber contemplado con embeleso la magnífiquez de la sabiduria ancestral, suspendida en el Museo de Antropología (y en todo Mexico)... y recorrer el desierto acompañadas por la antiquísima guia (mi amada Catrina) y divagar a tráves de los suspiros nostálgicos de la maravillosa Frida, mientras el alma va emergiendo hacia otra realidad... Y, y, tantas cosas...
Te quiero mucho querida mía...
Me encanta tu Blog, las fotos y la natural maestria con la que describes cada percepción...
Gracias por ello, gracias por mi pájarito azul, pajarito... gracias por todo...
Un abrazo,

Alba V.