La plaza es pequeña y la iglesia también; al lado de la fonda está el teatro de Santa Catarina donde Villoro presenta una obra teatral: Muerte parcial. Las campanas de la iglesia empiezan a sonar y sus sonidos se cuelan entre las páginas de los libros que traje conmigo como tesoros… Mis pocas palabras y mi oído atento estuvieron allí comiendo huevos jarochos, pan dulce y café negro, escuchando las historias que sólo él puede contar, viendo las ardillas entre los árboles… En sus palabras estuvieron Fernando Vallejo y Bolaño, su padre Luis Villoro y otra imagen anhelada del desierto, Ulises Lima y el Cerdo, nombres de escritores y lecturas recomendadas por él, Alvarado Tenorio y hasta Medina Reyes… No hay silencios con Villoro; él aúna palabras como una ofrenda para sus invitados, nos escucha atentamente y siempre, siempre, tiene el comentario preciso, sin perder el hilo, termina sus historias… Me digo a mí misma que fue una fortuna ir acompañada por otros varios comensales, que mi silencio se siente menos o que, mejor, se ve como una cortesía con mis amigos y compañeros de viaje que sí cuentan, tejen, preguntan… Todos se toman fotos con él y yo por fin me animo a sacar mi cámara (la de César), espero que él no esté cansado, aunque sé que tiene afán, y me acerco y sonrío con los mismos nervios, con el mismo agradecimiento… Mi amigo tiene la “maravillosa” idea de pedirle una entrevista y él, claro, le dice que sí… Yo sigo escuchando… Juan Villoro se levanta, toma su bolsa y se despide; yo lo abrazo porque es lo único que me sale y que no necesita palabras… No sé qué más decir, no puedo decir más; lo otro se queda en mí…
...Volver a sentir ese algo que se mueve a la velocidad de las teclas, que intente sacudir por espasmos prolongados el pensamiento.
domingo, 22 de noviembre de 2009
Cartografías literarias: Ciudad de México (III)
La plaza es pequeña y la iglesia también; al lado de la fonda está el teatro de Santa Catarina donde Villoro presenta una obra teatral: Muerte parcial. Las campanas de la iglesia empiezan a sonar y sus sonidos se cuelan entre las páginas de los libros que traje conmigo como tesoros… Mis pocas palabras y mi oído atento estuvieron allí comiendo huevos jarochos, pan dulce y café negro, escuchando las historias que sólo él puede contar, viendo las ardillas entre los árboles… En sus palabras estuvieron Fernando Vallejo y Bolaño, su padre Luis Villoro y otra imagen anhelada del desierto, Ulises Lima y el Cerdo, nombres de escritores y lecturas recomendadas por él, Alvarado Tenorio y hasta Medina Reyes… No hay silencios con Villoro; él aúna palabras como una ofrenda para sus invitados, nos escucha atentamente y siempre, siempre, tiene el comentario preciso, sin perder el hilo, termina sus historias… Me digo a mí misma que fue una fortuna ir acompañada por otros varios comensales, que mi silencio se siente menos o que, mejor, se ve como una cortesía con mis amigos y compañeros de viaje que sí cuentan, tejen, preguntan… Todos se toman fotos con él y yo por fin me animo a sacar mi cámara (la de César), espero que él no esté cansado, aunque sé que tiene afán, y me acerco y sonrío con los mismos nervios, con el mismo agradecimiento… Mi amigo tiene la “maravillosa” idea de pedirle una entrevista y él, claro, le dice que sí… Yo sigo escuchando… Juan Villoro se levanta, toma su bolsa y se despide; yo lo abrazo porque es lo único que me sale y que no necesita palabras… No sé qué más decir, no puedo decir más; lo otro se queda en mí…
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1 comentario:
Te recomendó a Medina? Yo le perdí la fe después de conocerlo... Tal vez deba releerlo a ver si me vuelve a entusiasmar.
Me encanta que hayas disfrutado tanto este viaje... Los sueños cumplidos son los mejores recuerdos.
Ana María
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