domingo, 1 de septiembre de 2013

La parte de los ángeles, En la casa:


La parte de los ángeles:

La primera parte adolece de fallas en la edición, de clichés en la representación de las difíciles situaciones que atraviesan cuatro jóvenes –uno ya no tanto– de una pequeña ciudad del Reino Unido por carecer de todos los recursos que, se supone, deberían ya estar resueltos en el “primer mundo”. La segunda parte, en cambio, no tiene ningún defecto –no que recuerde–. Con un argumento original y un guión que no decae, la historia continúa cuando los cuatro amigos deciden aprovechar, quizá, la única oportunidad para cambiar sus vidas, para tener un poco de suerte económica. Uno de ellos descubre que tiene un particular talento para ser catador de whiskey y, con los “talentos” que han aprendido en su trasegar por las calles y reformatorios de la ciudad, deciden adueñarse de un millonario tesoro: una cosecha de whiskey –¿se dice así?– que cuesta todo el dinero que ni siquiera ellos pueden imaginar, que ni siquiera saben que pueda existir.

El dinero hace lo que la imaginación permite, dice H. James y nada más cierto para estos cuatro personajes.


En la casa:

Dice Bourdieu que una de las grandes diferencias entre las clases sociales es su capital simbólico como marca de distinción y la capacidad que tengan para legitimar dicho capital.  La sociedad francesa es perfecta para ilustrar las francesas teorías del sociólogo y esta es la que muestra Ozon en En la casa.

A través de la historia de un adolescente de la clase popular y de la siempre presente tentación de confundir literatura y vida, Ozon muestra las “debilidades” de la clase media y de la media-alta. El adolescente es un aspirante –aunque no muy convencido de ello– a escritor que tiene especial sensibilidad para descubrir esas debilidades y mostrarlas desde un punto de vista irónico. Su profesor de francés será el destinatario de estos escritos y, a través de ellos, empieza a cuestionar su propia vida profesional e íntima, aunque sin que ni él ni el espectador sean muy conscientes de ello.


El adolescente habla de las copias de unas acuarelas de Klee colgadas en la sala de la familia de clase media, aprovechando que ninguno de sus miembros conoce el significado de las mismas; después, le escribirá un poema a la madre, de quien resulta enamorado, aprovechando que las palabras que no entiende ella le servirán a él para seducirla. La banal “perfección” de esta familia es anhelada y rechazada, al mismo tiempo, por el adolescente; la prestigiosa –culturalmente hablando– “perfección” de la familia que configuran su profesor y su esposa –administradora de una galería de arte– también. La “simpleza” de las aspiraciones de la clase media les servirá a los miembros de esta familia para salvaguardar su estabilidad, simpleza que los de la media-alta ya no tienen y cuya falta hará que ya no puedan seguir cerrando los ojos.

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