La parte de los ángeles:
La primera parte adolece de fallas en la edición, de
clichés en la representación de las difíciles situaciones que atraviesan cuatro
jóvenes –uno ya no tanto– de una pequeña ciudad del Reino Unido por carecer de
todos los recursos que, se supone, deberían ya estar resueltos en el “primer
mundo”. La segunda parte, en cambio, no tiene ningún defecto –no que recuerde–.
Con un argumento original y un guión que no decae, la historia continúa cuando los
cuatro amigos deciden aprovechar, quizá, la única oportunidad para cambiar sus
vidas, para tener un poco de suerte económica. Uno de ellos descubre que tiene
un particular talento para ser catador de whiskey y, con los “talentos” que han
aprendido en su trasegar por las calles y reformatorios de la ciudad, deciden
adueñarse de un millonario tesoro: una cosecha de whiskey –¿se dice así?– que
cuesta todo el dinero que ni siquiera ellos pueden imaginar, que ni siquiera
saben que pueda existir.
El dinero hace lo que la imaginación permite, dice H.
James y nada más cierto para estos cuatro personajes.
En la casa:
Dice Bourdieu que una de las grandes diferencias entre
las clases sociales es su capital simbólico como marca de distinción y la
capacidad que tengan para legitimar dicho capital. La sociedad francesa es perfecta para ilustrar
las francesas teorías del sociólogo y esta es la que muestra Ozon en En la
casa.
A través de la historia de un adolescente de la clase
popular y de la siempre presente tentación de confundir literatura y vida, Ozon
muestra las “debilidades” de la clase media y de la media-alta. El adolescente
es un aspirante –aunque no muy convencido de ello– a escritor que tiene
especial sensibilidad para descubrir esas debilidades y mostrarlas desde un
punto de vista irónico. Su profesor de francés será el destinatario de estos
escritos y, a través de ellos, empieza a cuestionar su propia vida profesional
e íntima, aunque sin que ni él ni el espectador sean muy conscientes de ello.
El adolescente habla de las copias de unas acuarelas de
Klee colgadas en la sala de la familia de clase media, aprovechando que ninguno
de sus miembros conoce el significado de las mismas; después, le escribirá un
poema a la madre, de quien resulta enamorado, aprovechando que las palabras que
no entiende ella le servirán a él para seducirla. La banal “perfección” de esta
familia es anhelada y rechazada, al mismo tiempo, por el adolescente; la
prestigiosa –culturalmente hablando– “perfección” de la familia que configuran
su profesor y su esposa –administradora de una galería de arte– también. La “simpleza”
de las aspiraciones de la clase media les servirá a los miembros de esta
familia para salvaguardar su estabilidad, simpleza que los de la media-alta ya
no tienen y cuya falta hará que ya no puedan seguir cerrando los ojos.
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