domingo, 20 de octubre de 2013

Seducción: realismo extremo en la década del setenta en Colombia

Miguel Ángel Rojas

Luis Caballero

Santiago Cárdenas

Saturnino Ramírez

No lo puedo evitar. Veo la noticia en la página web de una conocida revista cultural y consigno la visita a la exposición como plan en mi agenda. La exposición, que estuvo hasta hoy en una de las salas del Gilberto Alzate Avendaño, exhibía dibujos, pinturas y esculturas de diversos artistas colombianos, cuya mayor producción se concentró en la década de 1970. Cuerpos, objetos, lugares, instantes… Este es el momento en el que la fotografía se acepta, dentro de la crítica de arte y dentro de los artistas mismos, como punto de partida de la creación de una imagen pictórica; este es el momento en el que pintar desnudos deja de ser visto como motivo de excomunión del artista; este es el momento en el que el tema urbano como motivo pictórico es aceptado, sin mayores miramientos, por la crítica; este es el momento en el que la “realidad” entra sin problemas en las artes plásticas, en el arte colombiano, en el que se acepta que no se trata de una reproducción, sino de una reelaboración.

Por esto, porque mis padres se conocieron en esa década, porque se casaron en esa década, porque mis referentes primeros, entonces, son de esa década; porque a mi casa -producto del azar- llegó un libro en donde vi las primeras pinturas de esos artistas que volví a encontrar en esta exposición; porque esas pinturas me enseñaron que el arte colombiano no era sólo lo que me mostraba mi profesora de literatura en el colegio; porque era un arte que le hablaba a mi cuerpo y a mi realidad, porque era más cercano que María y Tomás Carrasquilla; porque eran pinturas que me daban ganas de tocar, porque sentía lo que Luis Caballero explicaba: “Dibujar no es reproducir la realidad, sino tratar de apropiarnos de la emoción fugaz y siempre distinta que produce en nosotros esa realidad”; porque tenía fantasías eróticas con ellas, cuando mi cuerpo no distinguía entre la emoción “estética” y la emoción “cotidiana”; porque, como dice Darío Morales, era ante ese “realismo” “como lo era el hombre primitivo”, mirando para apropiarme de esas figuras, de esos cuerpos que aún no eran el mío, que aún no conocía.

Hoy, cuando distingo las líneas, las formas, la textura, los colores, vuelvo a mirar las fotografías en el libro viejo que aún conservo, que me traje de casa de mis padres para mirar y repasar; la sensación es la misma.


(Faltaron fotografías de las obras de Alfredo Guerrero, Óscar Muñoz, Óscar Jaramillo, Darío Morales y Mariana Varela...).

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