lunes, 2 de junio de 2008

Semblanza de una vida entregada a sí misma: Marguerite Duras

De padres franceses, Marguerite Duras (1914-1996) nace en Saigón (hoy Ho Chi Minh), Cochinchina (Indochina francesa: Vietnam del Sur-Camboya), y se traslada a París a los dieciséis años. Duras se siente separada de esa sociedad blanca a la que se refiere como “ratería colonialista”: “Éramos más vietnamitas que franceses”. De su llegada a París recuerda: “Cuando llegué a Francia había que abrazarse, preguntarse cómo andaban, todo ese circo; a mí no me salía”. Duras se siente extraña en un lugar donde habita el tipo de personas que llevó a su familia a la quiebra, que engañó a su madre con la compra de unos terrenos que el mar se iba tragando poco a poco.

De la vida familiar, Duras dice: “En una familia, cuando las relaciones son buenas, amigables, encantadoras, es porque la naturaleza fue soslayada. La vocación natural es una vocación animal, espantosa. Vivir juntos no es un destino común”; Duras expresa su negativa a ser dependiente-obediente a los condicionamientos sociales, a las instituciones sociales –en este caso, la familia–. En un primer momento, Marguerite siente “pena por haber sido tan reglamentaria, por no haber estado nunca contenta. Pena de una concesión al conformismo, pena de dejar delimitar en sí la parte donde se afila la personalidad que, poco a poco, es consolidada por la práctica de la escritura hasta hacerle recuperar su impetuosidad natural” (Duras); la manera en la puede resolver este bloqueo es lo que le permite dar una forma: escribir. Duras rechaza la nominación tradicional, “ella no quiere más que aullar su espanto” (Duras), hablar desde el dolor, desde el malestar del hombre contemporáneo (las guerras, el capitalismo salvaje, el espacio psíquico horadado), resucitar las angustias que quiere borrar el “hermoso” presente de entretenimiento televisado, pero también decir la perseverancia de sobrevivir (aunque mostrando la grieta).

En El camión, Duras escribe: “Todo lo que hay que hacer es intentar cosas, aunque estén hechas para fracasar. Aunque fracasadas, son las únicas que hacen avanzar el espíritu revolucionario”. Duras realiza estudios de Derecho y Ciencias Políticas, desarrolla actividades en la Resistencia durante la II Guerra Mundial, lucha contra la Guerra de Argelia y se adhiere al Partido Comunista en calidad de secretaria para “romper con el viejo mundo” (Duras). Marguerite es excluida del partido, y en mayo de 1968 redacta un texto político que es rechazado por el Comité de estudiantes-escritores; a lo largo de su vida sostendrá varias polémicas con feministas: “Una feminista es alguien de quien uno debe escapar. No es un buen medio si se quieren cambiar las cosas” (Duras). A pesar de las acciones que lleva a cabo para hacer avanzar “el espíritu revolucionario”, Duras se percata del reduccionismo al que la puede llevar ese tipo de acciones, lo que la conduce a expresar su desacuerdo con las feministas y su ira contra el comunismo, una práctica social que ahoga la creación literaria y artística, debido a su simplificación y a su “rigidez cadavérica” –que compara con la del freudismo–, y que, según ella, conduce a la “muerte del deseo”.


Duras quiere un izquierdismo desprovisto de discurso teórico, un espíritu revolucionario sin las trabas de los dogmas (“También existe un racismo para con los ricos”, afirma Duras), un feminismo que no se centre en las diferencias entre el hombre y la mujer: “Creo que esa energía que tienen era común a los hombres y a las mujeres antes y que fue a partir de la corrupción progresiva del hombre como ellas la perdieron. No es energía masculina ni femenina” (Duras). Duras elige la escritura: “Escribir es la mejor opción política” (Duras); la escritura es el espacio privilegiado del deseo, de la intimidad, del antimaniqueísmo. El cuerpo como espacio del deseo se convierte en la forma de Duras, aquella que permite “abrir la Ley y dejarla abierta para que algo entre y perturbe el juego habitual de la libertad. Habría que abrir también a lo impío, a lo prohibido, para que lo desconocido de las cosas entre y se muestre” (Duras). “Digo lo experimentado por todos, aunque no sepamos vivirlo”, dice Duras; lo experimentado por todos como malestar, la inadecuación del cuerpo ante esta situación. Escribir el cuerpo desde el deseo es decir su inadecuación.


La literatura de Duras es una literatura no conforme, no convencional, no buscadora del lenguaje “correcto”; la literatura de Duras no es literatura de entretenimiento, sino de silencios, de huecos, de oscuridades, de lo que hay en el espacio psíquico del sujeto que habla desde su propio duelo, desde su propia pérdida, y que la asume en su discurso, la desnuda, la des-anuda y prepara la reestructuración de la intimidad. Duras vincula en su escritura un sujeto no unitario, un sujeto “a la deriva”, “ser cuyo revés herido ella devela”. Este sujeto es expuesto en una total desnudez que no concilia con la desnudez
show, la desnudez que muestra para entretener, sino con aquella que también tiene la facultad de distanciarse de sí misma y ver sus dinámicas lejos de todo idealismo o banalización.

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