domingo, 2 de noviembre de 2008

“Destinitos fatales”


Andrés Caicedo llegó a mí en la Cali de los noventa como una idea robada. Me veo de nuevo agazapada entre un grupo de personas a quienes no presto atención, tratando de atrapar la dirección, el día y la hora de una función de teatro: Angelitos empantanados. Hago la fila bajo un sol soportable, un sol de las cinco de la tarde en el centro de la ciudad; sé que no entiendo nada, sé que es la primera vez que voy a teatro, sé que todo es extraño y solitario y, sin embargo, todo, a partir de allí, adquiere un nuevo significado... Veo a mi madre preocupada por oírme hablar de un hombre que se suicidó a los veinticinco años; nos vuelvo a ver a las dos en un bus urbano, oyendo hablar a dos señoras de las pastillas de Seconal que Andrés decidió ingerir después de terminar su novela y, ahora, sé también que después de escribir dos cartas: una a un amigo crítico de cine, otra para su amor, su amor que acababa de dejarlo...

El cuento de mi vida es un libro que a mis dieciséis años nunca esperé encontrar y que siempre esperé en ese momento; ahora la sensación es distinta, una tristeza inmensa... Tal vez si lo hubiera leído en los noventa me hubiera hecho mucho daño, tal vez... Ahora produce un dolor, la verdad sobre las cegueras humanas, que pueden ser muchas... Es sabido que lo que más debe importar para un lector es la obra y no su autor, pero yo jamás he estado de acuerdo con este axioma. En la adolescencia estuve rodeada de gigantes y su presencia nunca me molestó; al contrario: su presencia fue siempre una manera de mirar más allá. Caicedo fue uno de estos gigantes que hoy, con la lectura de este libro se hace humano, demasiado humano, demasiado cercano, demasiado visceral, vulnerable, pero también queda la imagen de un hombre lúcido, de un creador.

¿Qué hacer cuando nuestros héroes, nuestros gigantes, aparecen débiles, humanos, imperfectos, incoherentes, desintegrados, inciertos?, ¿qué hacer cuando se parecen tanto a nosotros y no queremos ser como nosotros? Más allá de su soledad, de su imposibilidad para consumir drogas, pero también para abstenerse de ellas, más allá de su lucha entre la inercia y la actividad frenética, más allá de su miedo al fracaso y de la lúcida visión de su obra como algo necesario para esa (esta) generación, más allá de su cuerpo frágil, de su sexualidad incierta, de su Patricia que ya se va, que ya se queda, más allá de su miedo, de sus fantasmas, más allá de su autodestrucción, más allá de su madre amorosa, de su padre silencioso, más allá de sus amigos no tan amigos, de su trabajo agotador como publicista, más allá de su necesidad de una caricia y también allí mismo, está su escritura, vida renovada, poso del que tantos hemos bebido, consumido, para salir un poco menos limpios, pero más cerca de lo que pocos aceptan como propio...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Paula, he vuelto. En tí la escritura es algo que no para, es un vicio en el que no podés dejar de caer irremediablemente. Admiro eso de vos. Bueno, aquí quedé el año pasado, entre largas jornadas de trabajo pasaba por aquí y ojeaba. Al regresar me encuentro que tengo mucho por leer y me angustio jajajajajajja. A Andrés Caicedo lo conocì en mis ires y venires a Cali, del pueblito donde no había nada que hacer a la gran ciudad que me prometía el sueño de hacerme un gran actor de teatro. De la mano de vos, de nuestras largas (y siempre excasas) conversaciones, lo descubrí, me enamoré de él, de su creatividad, pero siempre me dolió. Hace tal vez dos años lo leí en tres jornadas en el parque en el que jugaban mis sobrinos de 7 y de 8 años. Ellos prefirieron sucumbir a este extraño relato (para sus cortas edades)y renunciaron a sus juegos, nos lo leímos juntos de principio a fin. A veces me sorprende que me digan que el mejor libro que han leído "es del señor que sufrió tanto". Y bueno aunque Andrés Caicedo no produce la misma sensación que hace 12 años, siempre vuelvo a él...Gracias por este relato, porque entonces me recuerda siempre que parte de mis despertares literarios, de mis depertares cinematográficos han ocurrido de la mano tuya....A pesar de la distancia, vos sos un huella importante, siempre presente en mi historia..