lunes, 16 de julio de 2012

Arrecife, de Juan Villoro:


No, no es un divertimento, como dice Fresán; tampoco es un thriller, aunque Fresán lo llame “existencial”.  No importa, es lo de menos, y mi lectura tampoco es definitiva; además, me gustó mucho –como siempre– la forma como Fresán escribió la presentación de esta nueva novela de Juan Villoro.  Arrecife resulta ser una crítica muy fuerte al sistema de tráfico de drogas entre Estados Unidos y México y una continuación de uno de los temas insistentes de Villoro en sus ensayos y obras literarias: la crítica al ideologema de Latinoamérica como parque temático.

Un ex drogadicto (que ha perdido casi todos sus recuerdos y a la mujer que amaba y que lo amaba) se recupera en un hotel ubicado en una de las costas de México, gracias a la ayuda de un amigo con quien, años atrás, tuvo una banda de rock: Los Extraditables (sí, Villoro hace explícita la referencia a la historia más reciente de Colombia).  El protagonista se dedica a hacer la música que armoniza la atmósfera de descanso y tranquilidad que el gerente busca darles a los turistas extranjeros. 

“Gringos” y europeos buscan experiencias extremas en un país tropical, buscan simulaciones de secuestros, de ataques guerrilleros; el hotel provee los actores y los guiones, y los huéspedes obtienen lo que buscan.  Los descendientes de los mayas que trabajan en el hotel creen que sus antepasados provenían de los extraterrestres y ahora nada tienen que ver con ellos, así que ahora se resignan a limpiar la mugre de los turistas a cambio de tener algo que comer, algo con qué pagar las cuentas.  El hotel, como tantos otros lugares de Latinoamérica, le brinda a los turistas extranjeros la mejor versión de lo que ellos  ayudaron a destruir en otros lugares o a construir como vacío vital: “Conocía las fantasías de los civilizados: después de siglos de arrojar carbón, pedían a los países pobres que conservaran playas vírgenes para que ellos pudieran vacacionar” (61), “el tercer mundo existe para salvar del aburrimiento a los europeos” (63).

Hay un cadáver, hay un seguro por cobrar, hay cuentas por saldar con los narcotraficantes, hay un amigo que está a punto de morir y un arrecife humano que aún no es destruido por el falso “turismo ecológico”.  Sin embargo, debo confesar que ese “arrecife” construido por Villoro para “resolver” el conflicto novelesco me resulta, por muchos momentos, una salida “facilista”, si se tiene en cuenta la caracterización del personaje.  No es inverosímil cambiar la vida de un día para otro, no es inverosímil que alguien nos guste “demasiado pronto”, no lo es tampoco sentirse cercano a un niño que apenas se ha visto; no es inverosímil, pero sí facilista para la trama, aunque quizá lo menos fácil que tenga que hacer un hombre a quien le faltan recuerdos sea despertarse al lado de quienes no quieren recordar o les resulte ajeno hacerlo, y comenzar el futuro pasado juntos.



Si esto es lo que buscan los turistas europeos en Latinoamérica, me pregunto qué es lo que esperan encontrar los turistas latinoamericanos en Europa…

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