lunes, 16 de julio de 2012

Cartografías cinematográficas: España I



Bilbao


Cádiz



Barcelona


Tarragona

Visitar un país o una ciudad no por sus monumentos, no por su arquitectura o sus enormes edificios, no por sus sitios de rumba o sus grandes discotecas, no por los tantísimos museos, no por las fotos junto a esos monumentos de la historia, del recuerdo –pero también por esto–; visitarla por las tantas veces que he imaginado mi vida entre esas calles y las personas que las recorren, que las habitan, por las tantas veces que me he imaginado recorriéndolas, mirando a la gente, escuchando sus voces, observando sus movimientos, por las tantas veces que sus imágenes, salidas de películas o de libros, han invadido mis imaginarios recuerdos, mi futuro pasado…  Por las veces que el amor me ha llevado a querer estar allí…

Me gustaría decir que no tuve miedo, que no estaba nerviosa por atravesar el océano, por volar diez horas sobre el mar, por llegar a otro país, por aterrizar en un lugar que no conocía, por hacer cuentas en una moneda diferente, por enfrentarme a otra cultura, por conocer a esa especie de padre tan esquivo que es España; me gustaría decirlo, pero no fue así.  Tuve miedo, pero el miedo siempre se puede convertir en aprendizaje…

Primero, adelantar el reloj siete horas; segundo, vivir la maravilla de ver el sol a las 7, a las 8, a las 9 y hasta las 10 p.m.; tercero, estar atenta a las indicaciones de las pantallas, a las señales que están por todas partes; cuarto, aprender a guiarse por los mapas del metro y de la misma ciudad; quinto, tener paciencia cuando las personas, en perfecto español, me contestan, ante mis dudas, que no hablan español o cuando son indiferentes y displicentes ante ellas, pero no ante las de los ingleses, alemanes o franceses…

España tan distinta en el norte, en sus bordes, en su centro y en el sur.  Escucho y leo indicaciones en euskera, en catalán y en español; veo y escucho a un colombiano cada diez cuadras en Bilbao; me baño en el Atlántico rodeada de madrileños, gaditanos, alemanes, argentinos, australianos e ingleses;camino por la orilla del Mediterráneo mientras un pez nada alrededor mío y decenas de hombres y mujeres desnudos se tienden al sol con un libro en la mano o entre sus piernas, o charlan animosamente con el agua del mar hasta la canilla y un cigarrillo entre sus dedos; le doy vueltas a La Sagrada Familia entre chinos, japoneses, coreanos (supongo, porque no los diferencio aún), franceses, argentinos, mexicanos, peruanos, brasileros, colombianos, alemanes, ingleses y un largo etcétera; le doy vueltas, pero no siento nada y, en cambio, me quedo mirando largo rato los avisos de huelga en un hospital cercano a Las Ramblas que exigen un servicio de salud digno o los avisos pegados en la pared de un “locutorio” ofreciendo habitaciones o compartir un piso, en una caligrafía que advierte que prefieren que sean latinoamericanos quienes soliciten en arriendo los espacios…
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Fotos por Paula.

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