De
camino al bar, vemos gitanos y gatos en las calles… Al llegar al bar, vemos
hombres que coquetean con otros hombres y mujeres que bailan con otras mujeres,
y hombres que besan a mujeres, y niños que, sentados junto a sus padres o
corriendo por entre las mesas, también disfrutan de la música del grupo de
samba que ya va terminando su presentación de hoy… Nosotros abrazamos nuestra
“jirafa” de cerveza y L. me enseña un paso de samba bahiana; comemos buñuelos
de pollo con papas fritas…
En
casa de D. se preparan tres fiestas: dos cumpleaños y la Navidad. J. se burla
de la forma en que los colombianos cantamos el “Feliz cumpleaños”; mientras nosotros
hicimos una traducción de la versión norteamericana, los brasileros cantan una
forma “original” –dice él–. Nosotros tratamos de aprenderla para darle a
sorpresa a D., pero no lo conseguimos. Lo que sí conseguimos es disfrutar de
los ponqués, los fríjoles, la harina de yuca, las carnes, las ensaladas, el
arroz, la sangría, cerveza y más cerveza para celebrar estos parabéns. Yo me quedo pensando en que me
gustaría un cumpleaños a lo bahiano: no esperar a que alguien me celebre, sino
yo mismo celebrarme mi vida, mi llegada a este mundo; preparar para mí y para
aquellos que quiero una feijoada con
mucha carne y cerveza...
En
su programa en la televisión local, G. envía saludos para los colombianos
hospedados en la casa de su hermana; A. y yo alcanzamos a escuchar nuestros
nombres y luego una cadena de sonidos acompañados de imágenes de fútbol. Somos
famosos en la televisión de Camaçari,
somos famosos y bienvenidos en la casa de C. y D. Como buenos colombianos del
interior, nos sentimos, “apenados” y nos parece poco lo que ofrecemos para
compensar, de algún modo, todo lo que nos han dado, toda la alegría, el cariño
y los cuidados para estas vacaciones a la brasilera.
¿Qué
son las vacaciones sino una forma –la más superficial de todas, pero una, al
fin– de dejar de definirnos por lo que hacemos y pensar más en lo que somos?
Paso más de una semana sin revisar el correo electrónico, sin ver las
publicaciones del Facebook, sin hablar con nadie por celular, sin pensar en los
papeles que me definen en mi cotidianidad bogotana, sin pensar en que valgo por
lo que hago, por lo que produzco; sólo estoy yo, lo que soy y lo que
construimos entre compañeros de viaje.
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