domingo, 2 de noviembre de 2008

La sombra del caminante de Ciro Guerra (tres años después)


El cuerpo y sus huellas: una bala incrustada en el cerebro, una pierna que falta.

El país y sus mentiras: “Deme diez mil pesos para hacerle los exámenes médicos y nosotros lo estamos llamando para decirle qué trabajo hay disponible para usted” (esa mentira también me la dijeron a mí, poco tiempo después de llegar a esta ciudad, y yo, incauta, caí y di no diez sino veinticinco mil)...

El país y sus absurdos: permiso para trabajar, permiso para vivir...

La ciudad y a lo que aún no me acostumbro: los “gamines”, los “raponeros”, los indigentes, los limosneros que exigen y ya no piden, la agresividad, la violencia, la injusticia, las ofensas, la intimidación, la fuerza de un arma empuñada con odio, el arrebato de lo poco y lo mucho, el desconocimiento del otro, la rabia de lo que no se tiene, pero sobre todo, de lo que no se sabe cómo conseguir, la humillación y el miedo, el bóxer, el bazuco, la marihuana y no sé qué otras más; quedarse ahí, no poder salir, y también mi rabia, mi indignación porque no quiero dar bajo ninguna presión...

El país y sus caras: “Lo difícil no es entender que una víctima puede no ser monolíticamente un santo, sino entender que un dictador puede no ser monolíticamente un hijo de puta” (Leila Guerriero).

En La sombra del caminante todo es austero, la fuerza frágil y constante de los que han decidido que no necesitan: una estera, una fogata, una planta, una silla, unas gafas, un cofre y un secreto; eso es todo y es mucho. Aquí, el antiguo motivo del asesino que trata de huir de su pasado se hace presente; también la imposibilidad de huir de lo que uno fue. La solidaridad sin nombres, la amistad sin palabras y sin explicaciones, sin pedir cuentas ni demostraciones en efectivo. Una figurita de origami contra el viento...

En el país de las reparaciones, las víctimas donan su perdón sólo a quien es capaz de aceptar su responsabilidad, sólo a quien puede llevar la verdad consigo y desbloquear el pasado.

La silla en la espalda del hombre nos hace sentir culpables; a él no hace más que recordarle su culpa y es su tesoro, su dignidad. No hay "química" posible para el olvido de lo que está incrustado en lo más hondo de nuestra Historia. Blanco y negro, música sutil y perentoria es esta película de Ciro Guerra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que buen recuerdo para esta bella película.