jueves, 4 de julio de 2013

Cartografías: Bahía Solano-Punta Huina (Chocó). II




El pescado no puede saber mejor y el clima es perfecto, excepto cuando la ropa no se seca, excepto cuando la lluvia obliga a cambiar de planes, a pensar sólo en el presente. Gran parte de las tardes y las noches se pasan meciéndonos en la hamaca, dormitando o mirando el Pacífico, mientras llueve o cae el sol. A cien metros de nosotros, el volumen de la música (salsa, vallenato y mucho después, temprano, en la mañana, José Luis Perales) empieza a subir y a subir y a subir. Imaginamos el aguardiente, las sonrisas y el baile…

G. nos lleva a una cascada pequeña y a una playa cercana en donde las olas me arrastran hasta la orilla. Vemos cabañas construidas por órdenes de españoles, caleños y paisas que pasan sus vacaciones o su vejez aquí. Veo el árbol de la pepa de pan, que tanto disfruté en la niñez, gracias a nuestros vecinos en Buenaventura, veo las flores que no tienen la fragilidad y ternura de los Andes, sino la fuerza, la textura, los colores y el tamaño que les da el trópico. Caminamos entre el barro y yo uso las botas de caucho que, de niña, veía en los pies de mi abuelo y mis tíos, vemos ranas, pájaros, cangrejos y camarones de agua dulce, caminamos a través del río y llegamos a la enorme cascada, cuya fuerza me mantiene observándola sólo de lejos.

El belga se ha enfermado (ha tomado agua de la llave) y lo hemos dejado al cuidado de T. en el hospital; cuando regresamos, nos pide que le mostremos las fotos de la cascada. En el almuerzo, nos cuenta que la semana pasada alguien le ha dado burundanga a él y a su amigo en Medellín y que no sabe cómo regresó a su apartamento. También nos dice que este país le encanta y que volverá apenas se lo permitan sus ahorros.


Ya de vuelta, mientras esperamos en el aeropuerto, recordamos a T. y sus ganas de encontrarse con su mamá pronto en el norte de este continente, recordamos las niñas que nos pedían 1000 pesos o que les compráramos sus guayabas o que les gastáramos un paquete de papas o que les regalara mi pulsera, recordamos al belga y el regocijo que sentía cuando pronunciaba las palabras que le habían enseñado a usar los paisas, recordamos a los pescadores volviendo en sus pequeñas embarcaciones al atardecer. Nos prometemos volver alguna vez, en agosto, para ver las ballenas y disfrutar las fiestas.
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Fotos por Paula.





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