miércoles, 24 de julio de 2013

Cartografías cinematográfico-literarias: Nueva York II



Me niego a recorrer la ciudad en los buses de dos pisos, nos negamos a pagar los tres dólares que nos permitirían ver lo que ya no está después del 11 de septiembre de 2001. Aceptamos pagar una cantidad algo exorbitante para nosotros –a pesar de que son los boletos más baratos en el medio– para ver una obra en Broadway y lo que encontramos es una película de Disney adaptada para teatro; dos horas de canciones, música, el clásico humor “green-go”, efectos sonoros y visuales y, no hay que negarlo, excelentes actuaciones, según el formato de los musicales y, en general, de toda la industria del entretenimiento estadounidense.



En esta ciudad en donde nada es gratis, nos sorprende encontrar un ferry que nos lleva sin tener que pagar nada a otra isla: Staten Island. La Estatua de la Libertad se ve no muy lejos y mucho menos magnificada que en las películas y en la televisión. El sol cae y yo pienso en las caras de los inmigrantes que llegaron aquí a principios de siglo XX para quienes esa estatua era su esperanza, su faro…

A diferencia de la mayoría de jóvenes asiáticos y europeos que vemos en las calles, no llevamos teléfonos “inteligentes” con GPS, sino un mapa que hemos encontrado en el hostal y otro en el metro; la falta de esa brújula digital nos trae bellas sorpresas como encontrarnos con un parque, cerca del Chelsea Market, construido en las antiguas y altas vías del tren, tomadas por la “maleza” y las flores salvajes; con un bar insignia del movimiento gay en Estados Unidos y con una protesta contra el racismo en pleno Times Square.

No subo al Empire State; me quedo esperando a H. en un café cercano. La música suave, como la de tantos capítulos de Ally McBeal me hace sentir nostalgia no sé de qué… Veo una familia de alemanes, otra de colombianos, otra de asiáticos y un hombre cuyo color de piel me recuerda a alguien. Tomo despacio mi jugo de naranja artificial mientras H. llega… En la noche, vamos a un bar que tiene un gran piano blanco de cola en el centro en el que los clientes improvisan sus canciones favoritas; en el sótano, nos aguarda una discoteca. Un mexicano nos habla de la libertad que siente viviendo en Nueva York, aunque tenga que trabajar casi el triple de lo que trabaja un estadounidense para terminar ganándose un poco más de la mitad de lo que gana él… Me entretengo mirando a un hombre negro enorme y musculoso en tacones altísimos bailando con su pareja, me demoro tomándome una cerveza suave que baja por la garganta como gaseosa. Bailo y bailo hasta que, como la cenicienta, es hora de salir corriendo e ir al hostal para descansar y seguir caminando mañana.



Nueva York sin el Bronx, sin Harlem, sin Queens; sólo con la parte central y el sur de Manhattan, sólo con una orilla de Brooklyn… En el metro hacia el aeropuerto, los rostros van cambiando, las ropas van cambiando. A medida que salimos de Manhattan, las pieles se vuelven más oscuras, las ropas dejan de ser de centro comercial o de rebajas en las grandes tiendas. Los rostros se van quedando dormidos sobre el pecho o sobre una ventana. Escucho una pareja hablar en español y son ellos quienes nos avisan que debemos bajarnos y tomar otro tren.


En el avión hacia Nueva Orleans pienso en la galleta de la fortuna, en las tentaciones que confundimos con oportunidades… Me despido de alguien con quien no pensaba encontrarme y el encuentro se traduce en una nueva lectura del pasado cercano. Hay personas a quienes nos enganchamos para seguir repitiendo nuestros libretos mentales; hay personas quienes nos ayudan a liberarnos de ellos. El encuentro me devuelve una imagen de mí misma que quizás me he resistido a ver, a aceptar. ¿Tentación u oportunidad? Lo último que veo de Nueva York es la mala cara de la auxiliar de vuelo en tierra…

1 comentario:

Clari dijo...

qué lugar mas hermoso.. es la ciudad de los sueños, asi dicen no?
saque unos vuelos a Miami voy a estar re cerca de NY, una lastima que no pueda ir de visita al menos unos dias. será la próxima